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martes, 25 de agosto de 2009

La adolescencia de Kara

Cuando te aburres tanto llega la inspiración, y aquí está un capítulo de la vida pasada de Kara, cuando solo tenía 16 añitos, para que veáis que comparado con ella nosotros tenemos la vida resuelta.

De nuevo flotábamos con la nave en ni se sabe dónde, cerca de las Islas del Metal. Si el propulsor de gravedad fallaba caíamos de lleno en el mar. Habíamos acabado la cena y me dirigí a mi camarote, no sin echar un vistazo al firmamento. Si ocurría algo, Neo siempre se quedaba un par de horas en la cabina antes de irse a la cama, y me avisaría.

Me cambié de ropa, poniéndome el top y el culot para ir a dormir. Me tumbé boca arriba en la cama, sin abrirla, estaba hecha polvo. Miré al techo, y sin saber exactamente por qué, mi mente empezó a dibujar imágenes, imágenes de guerra, de muerte, de sangre… Cerré los ojos. Otra vez empecé a recordar aquella estúpida batalla en la que, si no me hubiesen alcanzado, quizá aún mis seres queridos seguirían vivos. O yo estaría con ellos…

El vientre me dolía con más intensidad a medida que me cambiaban de brazos. Había sido el mismo rey Axel el que me había rescatado de recibir un balazo en toda la cara. Si hubiese sido así… no puedo asegurar lo que haría, ya estaba matando a mucha gente. Con todo y con eso, me habían alcanzado el estómago y la pierna, que ahora sentía entumecida. La sangre se deslizaba por todo mi cuerpo, cayendo en gotitas hacia el suelo de la enfermería principal.
El dolor del vientre me cortaba la respiración, dolía como mil demonios, ¡¿es que nadie me va a atender?! Volví a gemir cuando por fin me tumbaron sobre un camastro. Maldije, el dolor era intenso y casi insoportable. Malditos sombra, acabaría con todos en cuanto me dejaran salir.
-¡Que alguien me ayude, joder! –grité, clavando las uñas en mi nueva cama.

Un chico cubierto de sangre no tardó en acercarse e intentar calmarme. Se hizo con una jeringuilla y sin pensárselo dos veces atravesó la piel de mi brazo a la altura del codo, buscando una vena, y clavándome la punta. <>, recé. Lo único que ahora me mantenía consciente era saber que Jane y Kyle seguían allí fuera, y lo más seguro era que ahora estuviesen preocupados, sobre todo Kyle. Ese chico era… no sabría describirlo. Nunca había conocido a nadie que me hiciese sentir tan… bien, por así decirlo.

Sabía de antemano que yo tenía un temperamento muy fuerte, por lo tanto muy mala leche. Todos los tíos con los que había estado habían sido rollos sin importancia, que a los dos días me dejaban tirada porque no me soportaban. Aún recuerdo el día que conocí a Kyle como si no hubiesen pasado seis meses. Fue en la plaza, en las fiestas de La Fogata, las fiestas más importantes de nuestro reino. Yo, como cada año, ayudaba a Jane, mi hermana un año mayor que yo, a preparar las luces que adornarían la cúpula. Ya ni había nadie allí que me soportara, cada vez que hacían algo mal yo les reprendía siempre. Este año había un chico nuevo ayudando: Kyle. Es muy, pero que muy paciente. Por más que le grité e insulté, ya que estaba haciendo su trabajo increíblemente mal, no puso mala cara en ningún momento. Siempre asentía con una sonrisa, y pedía perdón. Eso me sacaba más de quicio que si me soltaban una burrada o si se marchaban levantándome el dedo.
A lo largo de las fiestas intentó por todos los medios hablar conmigo, solamente, atención a lo que digo, solamente para hacer de mí una chica más calmada y simpática.
Cuando acabaron las fiestas él seguía persiguiéndome allá a donde iba. Después de dos meses dándome la brasa, sólo para que me dejase en paz le dije que le invitaba a cenar, que después me dejara en paz. Cuando fuimos a la cena… Yo me sentí nerviosa, sentía algo revoloteando por mi estómago, y me di cuenta de que no quería que después de esa cita él se fuese, y Kyle esa misma noche se declaró. Argumentaba que era una mujer muy fuerte, que sabía lo que quería y tenía madera de líder, era increíble.

Desde entonces ha insistido en que quiere protegerme de todas las maneras posibles, y siempre ha estado a mi lado.
Un gemido de dolor me arrancó de mis pensamientos. En efecto, me había inyectado morfina, pero estaba hurgando en la herida demasiado, y no había suficiente morfina en ese frasco como para no notar que me estaba sacando la bala.
-Tranquila, ya está. –dijo dejando la bala de nada menos que cinco centímetros de longitud sobre una palangana.
-¡Hijos de puta! –grité abriendo los ojos ampliamente, ¿cómo me habían metido eso en el cuerpo? Por suerte, la herida de la pierna no era de bala.
Una niña de piel ligeramente rojiza se acercó a toda velocidad hasta mi camilla. Tendría lo sumo seis años, pero estaba seria, y no parecía nada asustada. Se acercó a mí y depositó un frasco sobre la cama sin rozarme, si no, sus poderes desaparecerían, pues así funcionaba la magia de las ninfas.
-¿Qué hacemos con ello? –preguntó el médico a la pequeña.
-Ha de dárselo al rey, puede que lo necesite. –respondió la niña, con una voz chillona e infantil, y a la vez aterciopelada y cantarina.
-Ella no puede salir ahora, no puede andar. –volvió a hablar el médico, que recogía su instrumental.
-Eh, ni hablar, yo voy a salir de aquí ahora mismo. –dije, apoyando mis manos sobre el camastro y arrastrando mi pierna, apretando los dientes.
-Oh, no señor. –dijo el médico tumbándome de nuevo.
-¡Suéltame! ¡Puedo luchar! ¡Trabajo con armas de fuego, la pierna no me sirve ahora! –grité.
-No creo que quieras perderla. –dijo él.
Tragué sonoramente, y moví la cabeza.
-Pero ellos están fuera… -dije mientras las lágrimas acudían a mis ojos. Ellos no, no podían desaparecer. Estaban fuera aún luchando, y me necesitaban a su lado.
El médico me retuvo allí, no me dejó moverme ni un ápice. Es más, se quedó delante de mí, vigilándome. Estuvimos así cerca de quince minutos, hasta que entraron con otro herido por la puerta, y el médico me miró.
-No se te ocurra moverte, te lo advierto. –dijo mientras se marchaba.
Bajé la vista a mi pierna. Era un buen tajo el que me habían hecho, no podía moverla. No podía irme ni aunque quisiese. Las lágrimas acudieron de nuevo a mis ojos. Tenía que salir de allí como fuera. Divisé unas muletas en la esquina de la sala y no vi otra opción. Apoyé mi peso sobre la pierna buena, dejando escapar un jadeo, antes de dirigirme hacia allí, cogí el frasco que la Ninfa del Fuego había depositado en mi cama, guardándolo en mi bolsillo. Fui hasta allí, dando pequeños saltos. Posé mi mano sobre el vientre, seguía doliendo, pero podía soportarlo. Agarré una de las muletas y salí antes de que el médico pesado me pillase. Cuando divisé el exterior era peor que verlo desde allí. Gran parte estaba en llamas, pero muchos tramos tenían estragos que otros elementos habían dejado. Árboles partidos por rayos, hundimientos y salientes de tierra, zonas inundadas, hielo…
No me paré a mirarlo, era importante que encontrase a Jane y Kyle, calmarles y explicarles que estaba bien, aunque más tarde tuviesen que amputarme la pierna.

Aceleré el paso lo más rápido que pude por el camino que creía que habían recorrido aquellos que me habían transportado hasta el hospital. Tropecé un par de veces, y una de ella con un cuerpo que yacía inerte en el suelo. Se me revolvía el estómago solo de pensar que mis seres amados podían haber corrido la misma suerte. Estaba perdida. No divisaba vida cerca de donde yo estaba, solo muerte. Las tropas se habían adelantado, ¿pero cuánto? Seguí adelantando, con la muleta ya sucia y rajada. Pasé mi muñeca por mi frente, recogiendo el sudor que había impregnado en ella. Al fin pude ver a lo lejos una llamarada. Allí estaban los míos, no faltaba mucho.

Tardé diez minutos en llegar, el corazón me latía muy deprisa, y rogué, supliqué, poder encontrarles vivos. Tragué saliva buscándoles con la mirada. Antes de divisar la melena pelirroja de Jane tuve que enfrentarme a dos tipos sombra que se cruzaron por mi camino. Consiguió adivinar mi posición y corrió hacia mí.
-¡Kara! –gritó agarrándome del brazo con una sola mano.
-¡¿Qué haces aquí?! ¡Deberías estar en la enfermería! –me gritó furiosa.
-No podía abandonar ahora, Jane, estoy bien. –dije intentando deshacerme de su brazo, pero no me soltó.
-Ni hablar, tú te vuelves ahora mismo, tienes unas heridas muy feas, y no quiero que se te infecten. –tiró de mí, llevándome hasta una carreta que tenían cerca de allí, con gente herida, en proceso de curarse con vendas, torniquetes y gasas frías.
-¡No, Jane! –grité.
-No te muevas de aquí, te lo advierto. –dijo soltándome- Te aseguro que si me entero de que te has movido de aquí arrastraré tu culo menudo hasta el hospital. Al menos aquí puedes intentar disparar. –salió corriendo, dejándome con la palabra en la boca. Arpía.
No podía hacer otra. Me dispuse a ayudar a los que intentaban curarse las heridas, y pronto quedó la carreta medio vacía. Cuando me levanté para dirigirme a otro herido unos brazos fuertes me abrazaron por los hombros.
-Dios mío, estás bien. –cerré los ojos abrazando la cintura de mi Kyle.
-Eso tendría que decirlo yo. –dije, sintiendo su respiración junto a mi oído. Me agarró de los hombros apartándose ligeramente de mí, pero sólo nos separó la longitud entre nuestras narices.
-No sabes el miedo que he pasado. –mi hombre… Sus cejas negras estaban contraídas en una mueca de preocupación. Pasé mi dedo por su mejilla, manchada con sangre.
-¿Estás bien? –pregunté, separándome de él para ver si estaba magullado.
-Estoy bien. –respondió él, dedicándome su sonrisa más sincera- Pero tú no. No deberías estar aquí, Kara. –su sonrisa se convirtió en una mueca de preocupación.
-No es para tanto, de verdad. –un rayo cayó cerca de nosotros, quizá a unos cinco metros al este. Kyle no tardó en encerrar mi rostro en su pecho, apretándome contra él con sus enormes manos.
-Por favor, Kara, sal de aquí, no puedes moverte bien, tienes la pierna mal. Deja que te den algún remedio.
¿Remedio? Busqué entre mis bolsillos y saqué el frasquito que la ninfa guardaba para el rey. Yo le debía lealtad a mi rey, pero en esos momentos, mi familia era más importante para mí. Abrí su mano y deposité el frasco, cerrándola después.
-Ten esto, si sales herido tómatelo. –dije segura y acariciando sus dedos ásperos y temblorosos.
-¿Qué? Pero… ¿esto no…?
-Tú hazme caso. –dije mientras buscaba la muleta con la mano, sin dejar de mirarle- Te quiero, así que tienes que volver.
-Claro que volveré, juré que te protegería y no voy a faltar a mi palabra. –miré sus ojos negros. Estaban tintados por la preocupación, y a la vez llenos de cariño. No lo perdería, eso era seguro, no dejaría que eso pasara. Agarré su camiseta como si fuese a amenazarle. Él no reaccionó mal, estaba acostumbrado a ese tipo de gestos, porque acto seguido plantaba un beso en sus labios finos, y ahora cortados. Agarré sus labios entre los míos, casi con desesperación, reacción que también tomó él.
-Vuelve. –él no dijo nada, simplemente me lo juró con la mirada. Esta vez me besó él. Fue un beso corto pero cargado de sentimiento. Se separó de mí, y sin apartar la mirada de mi rostro, corrió hacia el campo de batalla, por donde antes se había marchado mi hermana. Suspiré afligida.

Dos horas después me encontraba sentada en una silla preparada, con la pierna en alto y el respaldo ligeramente recostado hacia atrás. El efecto de la morfina había desaparecido y el dolor volvía a agujerearme. Era verdad que había disminuido, pero el dolor aún seguía ahí, me quemaba por dentro y fuera. Era una agonía constante, y el que Kyle y Jane siguiesen allí fuera no era de ayuda. No había derramado aún las lágrimas que tenía en los ojos, no quería llamar la atención, prefería ser transparente entre todos aquellos heridos y médicos. Apoyé la cabeza en la pared. Pasaba gente de aquí para allá. Al menos era algo bueno que ninguno de los heridos fuesen ni mi Kyle ni Jane. No era suficiente concentrarme en eso para que el olor cesase, además cabía la posibilidad de que no estaban aquí porque… No, no quería ni pensarlo, de ninguna manera. Busqué mi pistola en el bolsillo. Era una como otra entre un millón de las que habían repartido. Las balas no gastaban la energía que derrochábamos cuando hacíamos hechizos de nuestros elementos. Se había encasquillado y desviado el cañón, ahora era inútil. Tiré el arma al suelo. Posiblemente no tendría tiempo de volver a utilizar otra, con mis heridas no me dejarían volver a luchar hasta varios días después, y con la ventaja que teníamos en esta batalla probablemente no nos llevaría más de dos días vencerles, y más teniendo a los héroes de los 5 Reinos luchando de nuestro lado, según decían.

Cerré los ojos, intentando descansar, pero el dolor no me dejaba dormir. Posé el dorso de mi mano sobre los ojos, tapando la luz de los focos que iluminaban desde el techo. Quizá habían pasado unos minutos cuando todo se quedó en silencio, ¿qué pasaría? Abrí los ojos y vi cómo todos dirigían su mirada hacia la puerta. Dos cabezas tapaban mi campo de visión y no pude ver qué era lo que miraban.
-¿Por qué la traes aquí? –oí susurrar a alguien, acercándose a la puerta, parecía que querían ocultar algo, no sabía a quién, todos ya habían visto lo que había pasado… excepto yo. Me levanté posándome en la muleta a toda prisa, todos se dirigían hacia una camilla lejos de la puerta. Oí a Kyle, mi Kyle, susurrando algo, pero no conseguí saberlo con claridad, aunque pude percibir “debe saberlo”. ¿El qué? ¿Qué debía saber?
-Kyle. –le llamé con la voz entrecortada, me temía lo peor. Algunos giraron la cabeza, pero él sólo se quedó quieto.
-¿Kyle? –repetí. El bajó la cabeza suspirando. Negué con la cabeza, no podía ser, no podía estar pasando.
-Cielo… -dijo girándose, la gente se apartó y mi corazón se detuvo. Portaba entre sus brazos a Jane, cubierta totalmente de sangre. No podía saber con certeza por donde salía toda aquella sangre, salía por su boca, de debajo de la camisa, resbalaba por las piernas… Todas las lágrimas que había contenido en mis ojos se deslizaban ahora por mis mejillas a una velocidad vertiginosa.
-Jane… -las piernas me fallaron, me sentí caer, un brazo me agarró del codo, impidiéndolo, no hice ademán siquiera de mirar quién fue, sólo podía tener mi mirada fija en el cuerpo inerte de mi hermana.
-Jane… -sollocé, uno de los médicos la cogió en brazos y se la llevó- ¿A dónde la llevan? ¿A dónde la llevan? –pregunté desesperada, intentando seguirles, pero no podía moverme. Kyle se acercó a mí a toda prisa y me agarró de los hombros. Yo seguía a Jane con la mirada.
-Kara, Kara, cielo, mírame. –me llamó, no le hice caso.
-Kara, mírame. –esta vez le miré, casi sin verle por el agua que empañaba mis ojos.
-Kyle… Jane… -sollocé, mientras mi pecho se convulsionaba. Él me cogió en brazos y se sentó en un camastro, poniéndome sobre sus piernas.
-No, no… -imploré, estirando el brazo hacia mi hermana, quería tenerla a mi lado, tocarla por última vez, despedirme de ella…
-Tranquila, tranquila… -me acunó en sus brazos, apoyando su frente sobre mi cabeza. Por dentro ya sabía que esto era lo más probable, pero jamás llegué a pensar que pasaría de verdad, no me había preparado tanto como esperaba. Me dolía el pecho, más que el vientre y la pierna juntos. Mi hermana estaba muerta, y yo no había podido protegerla en el último momento.
-No ha sufrido, ¿vale? No ha sufrido en ningún momento… -me dijo él, aunque eso no me consolaba, lo único que sabía es que había muerto. No encontré mejor consuelo que su pecho, así que apoyé la cabeza ahí, agarrándome a su camiseta con las uñas, apretando los dientes, intentando borrar de mi mente cualquier imagen de mi hermana cubierta de sangre. Kyle me apretó fuerte contra su pecho, acunándome. Agradecí que no se separara de mí, era lo único que podía calmarme ligeramente.

Pasaron quizá otras dos horas, o más, en la misma postura. Yo llorando en el pecho de Kyle, y él acariciándome, acunándome y besándome en el pelo. Se me acabaron las lágrimas a la media hora, me sentía seca y sin fuerzas, así que me dediqué a mantener la respiración moderada, concentrarme en ello era lo que me mantenía ocupada sin pensar en otra cosa. Abrí los ojos, y Kyle se dio cuenta de que iba a levantarme, de modo que se incorporó colocándome de forma recta. Me miró, pero yo no le miré a él, sólo quería levantarme, clavé mi mirada en el suelo, y él, con sumo cuidado y cariño, me depositó en el suelo, agarrándome de la cintura. No hizo falta que dijésemos una palabra, él me ayudó a acudir hasta el camastro donde ahora descansaba Jane. Me sentó en un taburete a su lado. Ahora estaba limpia, se habían ocupado de retirar su sangre de todo su cuerpo. Extendí la mano hasta agarrar la suya, ahora pálida y fría. Suspiré.
-Lo siento, Jane… No pude hacer nada por ti. –me disculpé. Kyle no dijo nada, pero se movió detrás de mí, no muy contento con mi disculpa. Era cierto, no podía haber hecho nada, pero no por eso debía culparme, y lo sabía. Ahora lo único que quería era despedirme de Jane.
-Quisiera… haber pasado más tiempo contigo… ya que últimamente con este tema de la guerra… -bajé la cabeza- Lo siento… -no lloré de nuevo, no quería hacerlo- Te quiero, Jane… -me incliné y besé la frente helada de mi hermana. Kyle apretó mi mano, posando sus labios sobre mi pelo. Tapé el cuerpo de mi hermana con la sábana que había a sus pies y volví a levantarme. Kyle posó su mano sobre mi hombro, cerré los ojos, girándome y despidiéndome por última vez de mi hermana. Divisé su arma sobre una encimera al lado del catre y estiré la mano para cogerla. La apreté contra mi pecho. Era un arma. Una como esta había matado a mi hermana, pero era suya, y quería que, si no podía protegerme a mí, por lo menos pudiera proteger a la única persona que me quedaba en el mundo, así que se la ofrecí a Kyle. Él me miró, y posó la mano sobre la mía, agarrando la pistola.

Habían pasado cinco días desde la muerte de mi hermana. No me habían dejado incorporarme a las filas de nuevo, la herida del vientre se había infectado, llegando hasta el hígado, y me habían metido en cama. Kyle seguía saliendo, y como prometió, volvía siempre, para estar conmigo, cuidando de mí. Mi mala leche en esos momentos estaba apartada para dar paso al duelo que tenía por mi hermana, por ella y por todos los fallecidos que cada tantos minutos llegaban a la enfermería.
Había oído hablar de que pronto harían una emboscada. A penas quedaba un grupo reducido y estaba claro que venceríamos.
No mostré mucho entusiasmo por el plan, después de todas las muertes y pérdidas… ¿quién iba a celebrar la victoria? Yo desde luego no.

La noche antes de la emboscada, Kyle estaba a mi lado, intentando hacerme comer, cosa que no hacía desde hacía días. No me sentía con fuerzas, y el hígado me estaba matando. Me quedarían cerca de dos semanas de vida si no recibía un transplante, y en medio de una guerra no era plan ponerse a hacer una operación a una simple Piro que se muere por una infección en el hígado.
-Kara, vamos, tienes que comer algo. –insistió por cuarta vez.
-¿Para qué? ¿Crees que comer me salvará la vida, Kyle? Pronto me reuniré con Jane…, pero ella murió luchando, yo de una manera patética. –no le dediqué una mirada, no quería ver el dolor y el sufrimiento en sus ojos. Hizo un movimiento brusco.
-No vuelvas a decir eso, ¿me has oído? Tú no te vas a morir. –posó su mano sobre la mía- Juré que te protegería y así será.
Le miré.
-¿Cómo vas a protegerme de esto, Kyle? He afrontado mi destino, ya no me importa…
Noté en su cara qué eso le había dolido.
-¿No te importa? –su voz me confirmó mi sospecha. Tardé unos segundos en responder.
-He asumido lo que va a pasar, Kyle, eso es todo. No podemos esperanzarnos ninguno de los dos.
-Pero yo aún tengo esperanza, porque te vas a recuperar, estoy totalmente seguro de que sí. –en efecto, seguro parecía, pero él no quería aceptar que iba a irme y ya no me tendría a su lado… Sólo por que se calmase, cogí la sopa que tenía entre las manos y empecé a comer. Sonrió sinceramente, aunque su sonrisa no era la de siempre.
El líquido se deslizó y noté como impactaba con un golpe seco en el estómago vacío. Me sentó fatal, pero Kyle tenía mejor cara. Cuando entraron dos hombres con otro cadáver en brazos me dio una punzada en el corazón. En ese momento sentí que algo iba mal, no mal como hasta entonces. Tuve una corazonada de que aquella noche, Kyle no volvería. Pensando todas las posibilidades, casi estaba segura de que eso pasaría, aunque no me lo hubiese dicho, yo notaba que cojeaba, por lo tanto su pierna estaba mal. El brazo izquierdo no lo usaba para nada, lo tenía inutilizado.
Había querido ocultarme todas sus heridas, pero yo no me chupo el dedo. Esa noche no volvería conmigo, y me dolería, claro que me dolería, pero pronto me reuniría con él y mi hermana, lo tenía asumido. Cerré los ojos cuando me cogió de la nuca para depositar un beso en mi frente.
-Vuelve. –le rogué en un susurro. Aunque yo tendría poco tiempo para seguir con él, no quería que muriese. Necesitaba que estuviese a mi lado y…
Por su silencio supe que él también había percibido lo que yo. Esta noche no volvería, no volvería para cuidar de mí, para despedirse, no, porque no conseguiría sobrevivir.
-Te juro… que te protegeré hasta el final. –dijo murmurando, y con la voz temblorosa.
-No… -le rogué casi derramando una lágrima, con un tono similar al suyo.
-No quiero que me protejas… -susurré- Quiero que te quedes conmigo… siempre.
Kyle cerró los ojos y me besó. Sabía beso de despedida, y derramé un par de lágrimas mientras sus labios bebían de los míos hasta la última gota.
-Te quiero. –dijo levantándose y saliendo del hospital. Me sentí de repente agotada, y apoyé mi cabeza sobre la almohada. Cerré los ojos, no tenía otra que esperar.

Cuando desperté, unos médicos estaban a mi alrededor y me incorporé rápidamente.
-¿Qué está pasando? –pregunté nerviosa- ¿Qué hacéis?
Uno de los médicos alzó la vista y me miró.
-Te hemos conseguido un hígado sano.
-¿Qué…?
-Todo ha terminado. –dijo otro, que se acercaba con una jeringuilla hacia mí.
-¿Qué? –volví a preguntar, desorientada.
-Tranquila, todo habrá acabado pronto. –me inyectó el líquido de la jeringuilla en el brazo.
-Pero… Kyle… -dije, cuando mi vista empezaba a hacerse nublosa y volvía a sentirme cansada- ¿Dónde está…? –mi vista se apagó, y acto seguido llegó la inconsciencia.

Me sentía mareada cuando recobré la consciencia, mareada y dolorida. No podía jurar dónde me dolía exactamente por el desconcierto, simplemente sabía que era en la zona del torso, quizá cerca del abdomen, me escocía la piel. Oía un murmullo a mi alrededor, no estaba sola. La luz se filtraba a través de mis párpados, en un tono blanquecino, aún no podía abrir los ojos.
Pude distinguir un par de voces. Entre ellas estaban un par de médicos, y una voz que había oído muy poco: la reina Eri. Sonaba nerviosa y alterada, preocupada… Todas esas sensaciones sonaban en su voz. Pude diferenciar unas palabras que le dedicaba a un médico.
-Pero algo se puede hacer por ellos, tenemos suficiente Sangre de Fénix, ¿verdad? Por favor, no podemos dejar que… -su voz de ahogó.
¿Sangre de Fénix? No entendía para qué podría querer eso la reina.
-No podemos dejar que toda esta gente fallezca… -su voz sonaba dolida, y qué menos, con todos los que habían muerto. Eso me hizo recordar a Kyle. ¿Habría sobrevivido? Mi corazón se aceleró, chocando contra las paredes de mi pecho.
-No podemos hacer nada, Eri. –esta vez era la voz del rey Axel.
-¿Vamos a consentir que…?
-Calma… -oí sollozar a la reina. Desde que la conocía, -no personalmente- siempre me había parecido una mujer muy sensible y dulce, me pareció extraño que participase en la guerra. La luz ya no era tan dañina para mis ojos, así que decidí abrirlos.
Al principio no me resultó fácil enfocar lo que había a mi alrededor. Poco a poco mis ojos se adaptaron a la luz.
-¿Kyle? –fue lo primero que salió de mis labios. Un médico se acercó a mí.
-Kara, ¿cómo te encuentras?
-¿Dónde está Kyle? -insistí. Si no querían responderme, era por lo que yo estaba imaginando, y el médico guardó silencio. La reina, con sus ojos claros y bañados en lágrimas, posó su mirada en mí. El rey también me miraba, con sus manos sobre los hombros de su esposa. Ella se deshizo de ellos con suavidad y se acercó a mi catre. Tenía un par de arañazos en la cara, aún así su rostro no dejaba de ser hermoso y dulce.
-Kara… -me llamó por mi nombre, agachándose a mi lado- Kyle es tu chico, ¿verdad? –su voz sonó dulce y consoladora, posando su mano sobre la mía.
-¿Dónde está? –pregunté de nuevo, ya desesperada.
La reina cerró los ojos.
-Kara… -dijo con suavidad- Kyle estuvo luchando hasta el final.
Con eso ya estaba todo dicho. Kyle había muerto, y no le había frenado.
Negué con la cabeza lentamente.
-No… -sollocé, mientras las lágrimas acudían a mis ojos.
-Ha sido muy valiente. –continuó- Aún con sus serias heridas, siguió luchando a nuestro lado.
Bajé la cabeza, derramando las lágrimas.
-No… -repetí.
-Pero… -su voz ahora temblaba, sufriendo- Él no… no pudo llegar hasta el final… Pereció en la batalla.
-¡No! –esta vez grité, derramando mis lágrimas a más velocidad. No podía creer que hubiese dejado que pasase esto.
-Él… antes de morir… nos hizo jurar que te daríamos su hígado… para salvarte.
Eso era el dolor. El dolor de mi abdomen era la cicatriz que había quedado tras la operación. Ahora en mi interior estaba el hígado de Kyle. De esa manera me protegía hasta después de la muerte. Cabezota como él solo.
No podía resistir las lágrimas ni los sollozos, grité, no quería seguir viviendo así, no quería sufrir, pero Kyle me había dado la vida, me había dado otra oportunidad. Sentí que la reina me abrazaba con cariño, yo seguí llorando en su hombro. De los tres, la que menos merecía vivir era yo, y ahí estaba, recuperándome de una operación, viva.


Abrí los ojos de golpe. Me había quedado dormida sin darme cuenta. El sudor caía desde mi frente y mi nuca, miré mi reloj de muñeca. Sólo había dormido dos horas, y aún así… Me llevé las manos a la cara. Odiaba tener que recordar todo aquello, ya sufrí bastante en su momento como para tener que volver a llorar de nuevo por ello. Al suspirar, me di cuenta de que me había mojado la mano con una lágrima, me mordí el labio inferior.
-Maldita sea, Kyle… Jane… -cerré los ojos de nuevo.
No pasaron a penas unos segundos cuando sonó la puerta. Me sequé el sudor con la mano y me senté.
-¿Sí? –pregunté, conteniendo la emoción, intentando sonar lo más tranquila posible. Neo abrió la puerta, asomándose.

-¿Puedo? –preguntó, dedicándome una tímida sonrisa. Suspiré de alivio, me levanté, me acerqué a él deprisa y rodeé su cintura con los brazos.
-Quédate esta noche conmigo. –le pedí. Noté en sus movimientos que le pillé desprevenido, pero me devolvió el abrazo.
-Siempre que quieras.

3 comentarios:

  1. Que bonito!!!!!...y que mal hablada es esa chica...XD

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  2. Waaaaaaaaaaaa es precioso de verdad T/////T Escribes muy bien y la parte de Kyle parece que se pudiera sentir con cada una de las palabras que has escrito. De verdad que muy bien. Me llega mucho la parte de que le seguiría dando la vida T_______T KYLE NO TE TENIAS QUE HABER IDO!

    Esta precioso (LLL) Espero leer mas cosas tuyas ¿Vale? Mil besos

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