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jueves, 13 de agosto de 2009

Una vida entre máquinas (Cuanderno de Neo)

Bueno, aquí tenéis la vida oculta de Neo, ya que el misterio es su mejor aliado, pero es necesario que sepáis algo de su vida, así que, disfrutad.



Nací en una pequeña aldea humana al margen de los problemas de los elementales, mi madre siempre me decía que no era bueno involucrarse en sus vidas ni tener relación con ellos, pues ella creía que eran siervos de Satán, ahí que tengan esos poderes… pobre mujer loca…
Se dedicaba a ir de ciudad en cuidad, humana, vendiendo hiervas medicinales, reliquias antiguas… en fin, vendiendo lo que toda mujer ve innecesario, pero en aquellos años nada era innecesario, desde el más insignificante mechero hasta la más andrajosa prenda eran necesarios. Pero también necesitábamos comer y para ganar comida hay que tener dinero y la mayoría de los que allí vivíamos carecíamos de él.
Mi padre era un hombre “importante”, dentro de lo que cabe, pues se dedicaba a construir máquinas que se encargaran de hacer el trabajo duro de los ancianos. Era lo malo de mi aldea, el setenta por ciento eran mayores de sesenta, creo que yo y alguno más éramos los únicos jóvenes de ese lugar.
La vida era muy dura, cuando no estaba en casa ayudando a mi padre, estaba mendigando y robando por las calles. Muchas de las veces me han pillado robando fruta o alguna pieza de carne del mercado, pero no sé como, siempre me escaqueaba. Ahora lo entiendo, ¿de qué serviría meterme entre rejas si era costumbre ir robando?
Mi padre me enseñó lo que sabía de las máquinas, como funcionaban, como se construían… Ese mundo me fascinaba y era como estar en el paraíso, se me olvidaba por completo nuestra situación, la pobreza, el frío, el hambre… esas maravillas me levantaban el ánimo.
Muchas veces me sentaba sobre una vieja turbina de avión y contemplaba a mi padre darle vida a sus inventos y cada vez que lo conseguía, se acercaba a mí y me frotaba el pelo sonriente y me decía: “gracias a ti que estás aquí, ¿sabes que mis máquinas se ponen tristes cuando tu no estás? Por eso no arrancan”.
Yo me reía contento, pues es normal que un niño de siete años se lo creyese.
A medida que crecía, más aprendía. A los quince años ya ayudaba a mi padre en las construcciones y en los planos, arreglaba motores atrofiados y pintaba las naves que él ya tenía terminadas. Todo marchaba bien, hasta nuestro nivel económico subió con nota alta, pues no paraban de llegar encargos y nos pagaban una gran suma de dinero por las máquinas que fabricábamos, claro que… todos nuestros clientes eran elementales y eso a mi madre no le gustaba mucho y todas las noches tenía función de gritos y peleas entre ellos dos.
No lo entendía, si nuestra vida estaba mejorando gracias al dinero que nos pagaban aquellas personas, ¿qué importaba que fueran elementales o humanos normales?
Cuando cumplí la mayoría de edad, decidí irme a las montañas a entrenarme en las artes de la lucha sin armas.
Unos monjes amigos de mi padre me recibieron y entrenaron con sumo gusto hasta alcanzar un nivel maestro, no había rival para mí. Mi estado de ánimo y mi forma de ser cambiaron repentinamente, antes era inquieto, malhumorado, ahora soy todo lo contrario, tranquilo y paciente… aunque lo de malhumorado no ha cambiado demasiado.
A los veinticinco volvía mi aldea, o lo que quedaba de ella. La habían destruido, quemado y hecho de ella un infierno. Mi casa hecha añicos, el taller de mi padre, ruinas… ni rastro de mis padre, supuse que estaban muertos… nunca lograrían escapar del caos.
Como mi padre antes que yo, me dediqué a construir algo supremo, algo con lo que cualquier ser humano hubiera soñado, grande, magnifico… mi nave Quimera.
Tardé exactamente cuatro años en terminarla, justo cuando la dictadura había comenzado, entonces fue cuando conocí a Kai, en un bar. Él buscaba una nave y una piloto, no pregunté, simplemente acepté. Kai era un elemental, un rey, el rey del hielo. ¿Quién me lo iba a decir? Yo, pilotando mi nave teniendo a bordo un rey.
Pero no estábamos solos, después vino Kara, nuestra capitana, Jim, el cerebrito y Erika, pequeña pero matona… Y como no, Saya, no pinta nada en mi nave, pero no puedo hacer nada, ya que Kai se opone a que la eche de Quimera, pues es un veneno, una arpía, una sirena malvada que envenena el oído de nuestro Jefe.
Si no lo hacen los sombras, sino acaban con ella…lo haré yo, pero esa cucaracha debe desaparecer.

2 comentarios:

  1. ola!! hac unos dias vi en you tube un video sobre vuestra istoria y dbo reconocer k me a enganxado
    segid asi!!

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